Estampas

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Trece retratos me quedan por pintar. Quiero decir que esas son las fotografías de fusilados de los Castro que me quedan. Hay cientos, miles de fusilados más, pero no tengo sus fotos, desgraciadamente. Confío en que vayan llegando algunas, pero me temo que será imposible pintar a la mayoría de los fusilados del fidelismo. Los dos grandes proyectos del fidelismo han sido borrar sus crímenes de la historia de Cuba e invadir Miami de castristas hasta convertirla en una especie de sucursal de la dictadura y sobre todo convertirla en una fábrica de dólares destinados a la dictadura. En ambos proyectos ha salido airoso, hay que reconocerlo.

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Leyendo un reportaje sobre Cindy Sherman en el NYT vuelvo a pensar en que el único tema posible para un artista y su obra es él mismo. Pero no a la manera de Sherman y otros que intelectualizan y atiborran de símbolos su propia imagen. Se puede hacer naturalmente una obra excelente con eso, véase la propia Sherman, digo que a mí no me serviría lo que persigo es ir fabricando objetos artísticos con mi vida es decir con lo que he vivido (no puedo pintar un cuerpo desnudo que no haya visto desnudo, por ejemplo) y con lo que me sale al paso cada día en la neblina del acontecer.

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1959. Fidel Díaz Merquías. Oil on canvas, 27 × 35 cms.

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Llueve a cántaros como se dice qué curiosa expresión toda la noche y es sólo agua que cae pero yo le insuflo una melancolía infantil y hasta un carácter, se llama antropomorfismo y lo hago y lo hacemos todo el rato de esa forma acentuamos nuestra existencia en un mundo ajeno por el que pasamos vertiginosamente. Cómo vivir si no. Sin mí, qué sería de la lluvia pienso mirando llover con la modestia que me caracteriza y viene el gato que siempre viene cuando me despierto y se sienta al pie de la cama y me mira como diciendo: al fin. Hay que tener la cara dura él que se pasa el día durmiendo, más antropomorfismo lo que les decía.

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Rompo la primera aguada porque no se mueve debidamente. Comienzo otra vez. El nuevo resultado me hace dudar, contemplo la hoja un rato y espero a ver si se pone en marcha y al otro lado del ventanal y arriba el cielo encapotado. Pero la duda ya es suficiente bien lo sé, así que rompo la segunda aguada. La mancha la mancha lo único que importa es la perfección de la primera mancha la corrección enturbia y mata. Me digo. A la tercera creo que esta vez lo tengo pero cuando debo detenerme no lo hago y añado un trazo ligerísimo buscando algo que ha de sugerir una boca creo y no más levantar el pincel todo se disloca y lo que se había conseguido que era bastante se pierde. Así que rompo la tercera hoja de papel. La mancha la mancha la primera mancha musito la mancha autosuficiente y pinto sin dejar de repetirlo y a la cuarta vez al fin funciona y contemplo jubiloso el resultado y entonces comienza a llover.


Casa tomada

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Han de saber que antes de empezar a pintar doy muchas vueltas es una especie de ritual leo algo miro un cuadro u otro y me siento y acaricio al gato que duerme en la mesita de dibujar sobre las aguadas si algún día alguien compra esas aguadas encontrará pelos de gato sin falta y ordeno los platos de plástico que uso de paleta y pongo color en ellos y estiro la tela y localizo al pobre fusilado que voy a pintar si es eso lo que voy a pintar. También miro un poco el jardín que tanto me ha dado y pongo música, clásica la mayoría de las veces aunque a veces me rebajo a la llamada música popular. Y por último la culminación de este ritual es siempre la misma me acerco a la fotografía de mi madre sonriente que tengo sobre el librero y cierro los ojos e inclino la cabeza como hacen los que rezan y le pido ayuda le pido que me lleve al lugar deslumbrante donde están los cuadros de verdad.

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Hablo con mi admirada Zoé Valdés y llama mi atención sobre la actitud de perdonavidas que se permiten algunos lameculos pavorosos que escriben libros, una actitud como de no saben esos que viven lejos lo que se pierden qué maravillosa es nuestra isla lejos de aquí no se puede vivir falta el oxígeno las palmas las palmas primorosas nuestro mar y nuestro cielo, etcétera. Yo pienso en esta gente y pienso indefectiblemente en esas moscas verdes que vemos posadas (y medran) en la mierda y sólo son felices posadas en un montón de mierda.

A ver, lameculos, escuchen: no hay día más feliz que aquel en que nos alejamos del estercolero en que ustedes viven. No amanece un día en que no demos gracias al Dios de la Fuga (el único que existe) por ello. ¿Nostalgia? Ni siquiera sé de qué coño hablan. ¿Nostalgia de una cárcel, de un basurero?

Ah, y una última cosa lameculos: somos libres.

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Y no lo había terminado de escribir como se dice cuando me senté otra vez en mi mesita que da al jardín con toda esa luz y pinté varios cuerpos jugando, dos muchachas (una de ellas mi adorada Giganta) tocándose el culo y riendo y otra tumbada sobre el varón ya dispuesto contemplando extasiada su pito tieso de tamaño considerable por cierto y que está a punto de meterse en la boca, y casi se ve en lo que va definiendo la mancha de agua que se relame ella deleitándose anticipadamente y pinté además a una mujer de las que me gustan, contundentes y de cuantiosa cabellera que cae sobre su bello rostro, a cuatro patas, y a un hombre por detrás metiéndole el pito y se les ve muy felices. Muy felices.

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Algunas de las aguadas que hago se ocupan del acto sexual, pintar el acto sexual no se ha hecho mucho en la historia de la pintura debido en gran medida al odio que profesan las religiones al placer y al cuerpo desnudo (excepto si es torturado) y sobre todo por su odio al sexo, que para las iglesias y las religiones sólo ha de hacerse cuando no quede otro remedio y pensando exclusivamente en una nueva cría. Las iglesias y las religiónes son responsables de esta ausencia de sexo en el arte que empobrece mucho el mundo del arte y la historia del arte. Discriminado de forma especial ha estado el pito, pintar un pito es una especie de crimen, aún hoy, pero dejar de pintar pitos es como dejar de pintar árboles, creo yo, y no lo haré. Y chochos y tetas y cuerpos que se aman y se desean también pintaré.

Naturalmente.

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1959. Lorenzo Copello Castillo. Oil on canvas, 27 × 35 cms.

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