3101

Me bajan al quirófano. El ascensor es de metal líquido. Cuando se detiene, dos muchachos hermosos me reciben y siento el poder de la belleza y todo el ambiente del quirófano chisporrotea vida qué extraño y uno de esos muchachos trastea en mi espalda y entonces dejo de sentir el dolor. Respiro por unos tubos. Me colocan en una extraña posición (como si galopara) sobre un artilugio de aires gimnásticos. No veo al cirujano. Abren y siento el corte y entonces veo el teclado ahí entre mis manos y naturalmente me pongo a escribir. El teclado es fluorescente y tiene letras grandes y voluptuosas y escribo qué escribo escribo una luminosidad feroz. Y veo ahora el rostro del cirujano o de su ayudante a mi derecha y le digo ¿podría por favor es muy importante enviarme lo que acabo de escribir lo necesito? Pero el hombre no contesta sólo me mira y no dice nada.

Después estoy en la camilla. Cómodo, como si me hubieran sacado todos los huesos, blando, tan bien. Una sensación comparable (casi) a la mano de mi padre en mi cabeza tratando de alejar a la muerte cuando yo tenía diez años en aquel hospital de La Habana y me había cogido el tifus y me moría. Hay una doctora cerca ¿tienes frío? y me pone un chorro de calor bajo las sábanas y le pegunto como se llama y dice Marta, tenía que haber aquí una Marta le digo y sonrío. Y entonces ya un poco menos a salvo y menos flotante le digo a la doctora ¿existe alguna posibilidad de que mientras me operaban yo tuviera un teclado a mi disposición en el que escribiera estoy seguro de que lo tenía es eso posible? Y ella dice no.

Comentarios

© Juan Abreu, 2006-2019