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Miércoles, 25 de abril de 2018

El otro día cuando hablé de los árboles del jardín olvidé mencionar la parra. Y el aguacate. Algo imperdonable. Así pues, sepan que la parra tiene ya racimos tan pequeños que cuesta verlos entre el ramaje. Pero ahí están. Cuando crecen y maduran, las uvas son de un verde amarillado y deliciosas, creo yo, aunque se entiende que es una opinión muy cercana. A veces me siento en la terraza con una copa de vino blanco y un racimo de estas uvas, y masticarlas mientras bebo me produce una sensación de grandiosidad que no sabría explicar. En cuanto al aguacate, hace años que no da aguacates, la última vez fue hace siete u ocho años, pero tengo esperanzas porque las ramas más altas están llenas de flores. Esas ramas caen sobre el tejado y sólo las he visto porque tuve que subir a medir la claraboya del techo del baño, que hay que reemplazar. Subir al techo me permitió comprobar que la elasticidad de mi cuerpo se esfuma y ya queda muy poco de aquellos firmes y armoniosos movimientos de mi juventud.

Como en los árboles las frutas nacen crecen y al final son devoradas por el tiempo y sus criaturas, así mi cuerpo, feliz de haber existido, eso sí, espera ser devorado a su vez.

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© Juan Abreu, 2006-2019