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Lunes, 27 de octubre de 2025

“El reino animal está lleno de ejemplos de patógenos biológicos que, tras infectar el cerebro de un organismo, producen resultados siniestros, como la muerte reproductiva del huésped (castración parasitaria) o la muerte total (el huésped se suicida al servicio del parásito). Consideremos el ejemplo de la avispa de las arañas, cuyo comportamiento es verdaderamente macabro. Pica a una araña mucho más grande que ella y la deja en un estado parecido al de un zombi. Entonces, la avispa la arrastra a una madriguera y pone sus huevos sobre ella. Sus crías acabarán devorando a la desventurada araña in vivo. El Parelaphostrongylus tenuis es un parásito que infecta el cerebro de los ungulados (alces, ciervos), lo que a veces provoca que los animales afectados se pongan a dar vueltas sin parar. Este comportamiento robótico persistirá incluso cuando los depredadores se acerquen al desgraciado animal. Un tercer ejemplo de parásito cerebral es el Toxoplasma gondii, que al infectar el cerebro de un ratón le hace perder su miedo adaptativo a los gatos. Por últimos, los netamorfos constituyen una clase de parásitos que inducen al suicidio a una gran cantidad de insectos, como los grillos, las cucarachas y las mantis religiosas. Por ejemplo, el gusano gordiáceo consigue que su huésped (el grillo) salte a una masa de agua –que normalmente evitaría– para que el parásito pueda abandonar el cuerpo y buscar pareja. Del mismo modo que los parásitos cerebrales han evolucionado para aprovecharse de sus huéspedes al servicio de sus objetivos evolutivos, los virus parásitos de la mente –las devastadoras malas ideas– actúan de forma similar. Parasitan la mente humana y la inmunizan frente al pensamiento crítico mientras buscan formas inteligentes de propagarse en una población determinada, por ejemplo, haciendo que los estudiantes se incorporen a los departamentos de estudios sobre la mujer”.

“Entre los virus parasitarios de la mente que trato aquí figuran el posmodernismo, el feminismo radical y el constructivismo social, que prosperan sobre todo dentro de un ecosistema infectado: la universidad. Aunque cada virus de la mente constituye una cepa distinta de locura, todos se rigen por el rechazo total de la realidad y el sentido común: el posmodernismo niega la existencia de verdades objetivas; el feminismo radical se burla de la idea de las diferencias innatas de los sexos basadas en la biología, y el constructivismo social postula que la mente humana es en su origen una tabula rasa sin improntas biológicas. Esta clase general de virus de la mente, al que he llamado síndrome parasitario del avestruz (SPA), provoca diversas formas de pensamiento desordenado que llevan a los individuos afectados a rechazar verdades fundamentales que son tan evidentes como la fuerza de gravedad. De forma parecida a como los diversos tipos de cáncer comparten un mecanismo de división celular descontrolada, todos estos virus de la mente rechazan la verdad para defender su ideología preferida. La tribu ideológica a la que uno pertenece varía según el virus de la mente, pero el comportamiento es siempre la defensa del dogma de uno, y al diablo con la verdad y la ciencia”.

Sigo con el libro de Saad Gad, que recomiendo mucho, y debo decir que cuando Gad habla del huésped que se suicida al servicio del parásito que lo infecta, no pude menos que pensar en el caso de España y de los parásitos nacionalistas catalanes y vascos.

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