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Viernes, 5 de septiembre de 2025

“Y es que la literatura, entendida como un gran experimento que se hace con los límites de lo humano, debería ser siempre eso: un detonante, una catástrofe que provoca cambios irreversibles en la vida. Un factor de desequilibrio. Cuanto más dotado está un libro de verdadera grandeza, más capaz es de fecundar formas de locura adecuadas a esa grandeza. Pero todo esto es raro y poco oficial. Llegan los críticos, los profesores, los intelectuales, fríos y serios como los conejos negros que se acercan a la cama de Pinocho. Tenaz y paciente, la mediocridad vuelve siempre por sus fueros”.

“No es mi intención convertir el espectro de Pier Paolo Pasolini en una insulsa metáfora y afirmar que este espectro ejerce, o ha ejercido, algún tipo de influencia en la «cultura» y la «sociedad» italianas. Entre otras cosas porque la «cultura» y la «sociedad» exceden completamente a mis intereses; su condición de convenciones, esencialmente hipócritas, me hacen sospechar que en realidad no interesan a nadie, y menos aún a aquellos que, a falta de algo mejor, las tienen siempre en la boca”.

“Lo que en las leyendas medievales representaban los mártires cristianos, los ascetas, los grandes pecadores iluminados por la Gracia, lo encarnaban ahora individuos tan excepcionales como Mandelshtam, Céline, Sylvia Plath, Mishima. Thomas Bernhard esperaba que sus vecinas recurrieran a su figura para asustar a los niños: «¡Como no te portes bien vendrá el señor Bernhard y te llevará!». Hoy, en cambio, la máxima aspiración de los escritores es que los padres y los hijos los amen, como a Papá Noel (las escritoras, claro está, aspirarán a parecerse a la bruja Befana, pero la vocación de repartidor de regalos es la misma).

Lean a Trevi.

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© Juan Abreu, 2006-2019