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Sábado, 1 de junio de 2024

No he escuchado nunca una canción de Taylor Swift completa (es imposible que no te alcance algún trozo). Ni la pienso escuchar. Quincallería norteamericana. De primer orden, eso sí. Hay cantantes que no me interesan, pero verlas es muy agradable: eros omnipresente y de ellas emana una dicha carnal como un llamado a las armas. TS canta, pero como tantas. Más un producto comercial, que un animal artístico. Lentejuelas, brillos, corazoncitos, sosería sentimental. No en balde es tan popular: encarna la suicida puerilidad occidental.

Pero lo peor de TS no es TS sino las estupideces que sueltan sus fans. Lo que he oído.


Colonialismo religioso

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© Juan Abreu, 2006-2019