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Sábado, 10 de febrero de 2024

Dos supuestos niños acaban de matar a su madre (de adopción). En España, si a un asesino lo filman en la calle matando, ante decenas de testigos, hay que llamarlo “supuesto asesino”, así que no veo por qué no puedo llamar “supuestos niños” a los que mataron a la señora en cuestión. Por lo que se va conociendo, uno de ellos, el mayor (quince años) le clavó un cuchillo en el cuello a su madre adoptiva, durante una discusión. Después le pusieron una bolsa de basura en la cabeza, le quitaron la ropa (¿para qué le quitaron la ropa?) y la trasladaron a un garaje donde la metieron en el maletero de un coche, en el que trataron de escapar o deshacerse del cadáver, o ambas cosas. Dado que no somos una table rasa al nacer (Pinker), es lícito preguntarse qué papel han jugado los genes de los dos supuestos niños en lo sucedido.

A los dos supuestos niños no les pasará nada por matar. O casi. Uno directamente a casa. Es inimputable: esa aberración. El otro cumplirá una risible pena de cárcel, tal vez. Triunfará, como es costumbre en la Justicia española, la solidaridad (¿complicidad?) entre vivos. En el momento en que fue apuñalada, la víctima comenzó a desaparecer. La Justicia española puede resumirse en una frase popular: el muerto al hoyo y el vivo al pollo. Y los corazoncitos socialdemócratas rebosantes de superioridad moral.

La calidad de una democracia puede medirse por el nivel de decencia que muestra hacia las víctimas de los asesinos.


Zorra y Vermut

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