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Domingo, 19 de noviembre de 2023

Literatura de los hechos

La mentira es fundamental para la vida social. Sin mentir, no existirían relaciones humanas. Si dijéramos lo que realmente pensamos, la vida civilizada no sería posible. El ser civilizado, social y hasta familiar, es posible gracias a la mentira. Vivimos en un mundo donde la mentira es necesaria y omnipresente. Nuestro hábitat es la mentira, no la verdad, esto, y otros motivos inherentes a la privacidad propia y ajena, hacen extremadamente difícil escribir la verdad.

Establecido esto, la verdad no son los hechos. Un billete de tren, no es un viaje en tren. La verdad, y la moral que la segrega, son creaciones humanas, no valores inmutables. La literatura de la verdad no es posible. Pero sí la literatura de los hechos. Algo muy diferente de la ficción de los hechos, tan abundante, prestigiada y publicitada bajo diferentes etiquetas: “literatura de no–ficción”, “auto–ficción”, entre otros. Géneros–farsa. Como no pueden escribir la verdad, los literatos, siempre tan marrulleros, se inventan un género: la “no–ficción”. Léautaud debe estar revolviéndose en la tumba.

Que la literatura de los hechos es posible, lo demuestra Arcadi Espada con su último libro. También prueba que bajo su estandarte puede concebirse una obra única y singular. Me refiero, naturalmente, a Vida de Arcadio (Península). Sostiene el autor que su libro es una biografía, no una autobiografía. Y que Arcadio es otro, no el Arcadi que escribe su vida joven. Bueno. Es una estrategia narrativa como otra cualquiera. Pero. Hay un solo cuerpo y un solo cerebro. Lo demás son literaturas. Cierto que existen muchos yoes, pero ninguno abarca la totalidad de una época, la blinda y sella. Arcadio mismo, en su momento, tuvo yoes diferentes, pugnando por imponerse en el cucharón de sopa cerebral que Arcadi llama “Arcadio” pero que es, y sólo puede ser, Arcadi. Lo de la supuesta otredad del Arcadi joven es un formidable y coqueto recurso literario, pero lo importante de Vida de Arcadio es la carga de esbeltez apolínea que Espada insufla a las páginas de su libro. Prosa de hueso lúcido y lucidez compacta.

En toda escritura excepcional, lo importante es el lenguaje, si la forma en que se usa consigue despertar nuevas resonancias, nuevos significados, nuevos entramados y floreceres en el cuerpo de la vida escrita. Los “frutos de la inteligencia” que menciona Proust en su famosa misiva a Anatole France, son efímeros, literariamente hablando. La vida y el movimiento es lo que permanece, si se consigue atraparlos mediante el arte de la palabra. Es algo extremadamente difícil, pero creo que Espada lo ha conseguido. Este, hasta donde conozco, es el primer libro escrito sobre los hechos, y cuando digo sobre, quiero decir encima. Es un logro monumental. Pero, desgraciadamente, al contrario de lo sucedido con otros libros boya e hito en el río de la literatura, tal vez no encuentre su merecido momento de esplendor entre lectores futuros. Por una simple razón, en el futuro tal vez ya no existan los lectores que necesita. Si es que aún hay lectores. Digo lectores, no gente que lea. Por eso, al concluir la lectura sentí alegría, pero también una enorme pesadumbre.

Se ha acusado al libro de Espada de escandaloso, por el sexo que cuenta y por cómo lo cuenta. A mí no me lo parece. Sobre todo, porque narra el hecho, pero nada, o muy poco, de lo que pasa en el cerebro del protagonista mientras el hecho acontece. Y todos sabemos (es un decir) que lo único memorable en el hecho sexual, es lo que acontece “fuera” del hecho sexual. Yo veo esta renuncia como una forma de escabullirse, de hurtar al lector “la totalidad del hecho”. Los hechos no tienen lugar en un cerebro “empaquetado al vacío”.

Lo que de verdad hace grande el arte de escribir, es la capacidad de hallar una voz nueva. Una voz así, es la que encontramos en Vida de Arcadio, la voz que narra la vida del joven Espada y sus compañeros de correrías. En este libro, tal vez el primero escrito “encima de los hechos”, Espada ha conseguido impregnar de literatura, sin ficción, los hechos. Creo que este es el mayor logro que puede alcanzar, hoy, un escritor. Un logro que sitúa al autor de Vida de Arcadio en un solitario lugar en el panorama de la literatura española actual, colonizada por una escritura simplona, amaestrada, literata y cuentacuentos. Un lugar solitario, digo, porque solitarias suelen ser las cumbres.

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