5122

Viernes, 30 de septiembre de 2022

Hay momentos de infamia suprema en la cultura de un país que, creo, definen su naturaleza. En la cultura cubana hay dos de esos momentos que suelo destacar. El primero es el aquel en que Máximo Gómez arranca las páginas del Diario de campaña de José Martí, recién muerto en combate. Páginas que trataban de una reunión entre Gómez y Martí.

“Allí estaban las hojas del día 6. Yo las vi cuando las escribió. Yo guardaba el diario en mis alforjas. Cada vez que Martí me lo pedía, se lo entregaba. Gómez lo recibió completo de mis manos…” (Entrevista con Ramón Garriga, ayudante de Máximo Gómez, con Roberto López Goldarás, 1948).

En el segundo de estos momentos, el coronel español Ximénez de Sandoval, jefe de la columna que diera muerte a Martí, al disponerse a enterrar el cadáver, pregunta si alguno de los cubanos presentes desea decir algo del caído.

“Desde temprano afluye bastante gente al Cementerio General para ver el cadáver de Martí… que se halla completamente putrefacto y que despide un olor intolerable… Poco antes de las ocho de la mañana el féretro fue llevado por los sepultureros hasta la galería sur; y cuando se iba a introducir en el nicho 134, el coronel Sandoval mandó que aguardaran, y dirigiéndose al público preguntó: “¿No hay ningún pariente o amigo del finado? Silencio profundo…” (De Emilio Bacardí Moreau, Crónicas de Santiago de Cuba.)

Hablo de esto porque hace unos días, en el Festival de Cine de San Sebastián, tuve la oportunidad de ver El caso Padilla, un documental de Pavel Giroud, donde se muestra la grabación, inédita hasta hoy, que hiciera la policía cubana de la famosa confesión del poeta Padilla ante sus compañeros de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), en 1971.

Mañana diré algo más, pero les adelanto que la confesión de Padilla será para mí a partir de ahora el tercer momento más destacado de infamia suprema de la historia de la cultura cubana.

Comentarios

© Juan Abreu, 2006-2019