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Miércoles, 21 de septiembre de 2022

Ya había visto la famosa playa de la Concha desde la casa del pintor Schnabel en el monte Igueldo. No me pareció gran cosa. Un recodo o más bien rinconera desangelada con protuberancias pedregosas que emergen del agua helada un lugar más adecuado para morsas u osos polares que para seres humanos. Ahora, de cerca, una pasarela metálica y lúgubre que se adentra en el mar y termina en una escalera que se mete en el agua una clara invitación al suicidio. Y en las calles los árboles la gente los coches los animales los parques los monumentos los jardines los carteles anunciando las películas que se exhiben en el festival los bares y tabernas las callejuelas que desembocan en iglesias siniestras y en la falda de los montes que rodean la ciudad y en el interior del espléndido teatro dos mil quinientas butacas y en las conversaciones y en la cordialidad hoja de sierra (creo que es el euskera) de la gente y hasta en las flores se percibe una acechanza, un algo de barbarie.

Pasamos ante la casa donde nació Pío Baroja, pobre Baroja.

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© Juan Abreu, 2006-2019