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Martes, 20 de septiembre de 2022

Me había jurado no visitar nunca más el País Etarra, también conocido como País Vasco. Incumplo mi juramento. Acudo al Festival de Cine de San Sebastián a ver Vicenta B., la última película de Carlos Lechuga.

La primera impresión de la ciudad es positiva, una ciudad bonita, me digo, pero a medida que transcurre el tiempo se me va revelando su tristeza sanguínea y su entraña tribal. Se come muy bien, eso sí. Los chuletones de La Cuchara de San Telmo son sencillamente gloriosos.

La película de Lechuga, un homenaje a su abuela, avanza firme al tiempo que tierna entre las ruinas de un país en bancarrota física y moral, y alcanza a ratos el poderío del poema. Un poema amargo, que pinta (nunca mejor dicho, el ojo de Lechuga es esencialmente pictórico) la realidad de una Cuba envejecida por la fuga de sus jóvenes. Jóvenes que huyen en busca de libertad y de un futuro de progreso del que carecen en la isla. Lechuga es un gran director de actrices, y la extraordinaria (por su mayestática sutileza) actuacion de Linette Hernández, es la cúspide de la excelencia de un elenco femenino sabiamente dirigido.

Comparada con su obra anterior (sobre todo sus largometrajes Melaza y Santa y Andrés), Vicenta B. evidencia que Lechuga ha alcanzado una madurez que le permite un lenguaje artístico de gran belleza plástica y musical poder evocador. Un lenguaje que, auguro, deparará en el futuro grandes alegrías a los amantes del cine en general, y del cine cubano en particular.

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© Juan Abreu, 2006-2019