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Jueves, 23 de junio de 2022

Nunca se ha llevado mejor un apellido: Bueno. Marta era como mi madre, pero en burguesa. Y después, con los años, un poco mi abuela María Blanco, las mismas arrugas hermosas de las hadas buenas y la cara rizada y las mejillas color carmín. En Cuba vivía en un barrio de ricos. Mi abuela Blanca trabajó en su casa muchos años como criada (o algo parecido); me cuenta mi hermano Nicolás que abuela a veces nos llevaba a casa de Marta a jugar con sus hijos Antoñito y Alex que tendrían más o menos nuestra edad. Yo no recuerdo nada de esas visitas. Mi hermano José es el archivo de la familia y Nicolás la memoria oral. En casa había una de esas fotos sepias que parecen sacadas de antiguos libros de leyendas. En ella se ve a mi abuela en el zoo de Miami, durante un viaje con la familia Bueno. El gran escaparate de mi abuela estaba lleno de vestidos fabulosos y zapatos con hebillas doradas, peinetas de carey, carteras de charol y otros tesoros que guardaba celosamente, regalos de la señora Bueno. Cuando mi abuela se vestía para salir, parecía una auténtica señora.

En la foto, estoy con Marta en el Golden Gate y es la hora de la niebla que suele borrar el puente, pero aún no lo borra y nos borra, y sopla un viento frío que la sonrisa de Marta entibia mientras yo, ha pasado algún tiempo desde mi llegada, ya he recuperado la mirada desafiante y el porte feroz.

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© Juan Abreu, 2006-2019