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Domingo, 22 de mayp de 2022

Léautaud, la escritura real.

Yo buscaba, aún cuando no sabía lo que buscaba, una escritura sin literatura. O con la menor cantidad de literatura posible. Buscaba lo que he dado en llamar una escritura como un hueso lúcido. Una escritura que no se apartara de nuestro ser más orgánico y cuya médula se acercara a la belleza de la veracidad. Una literatura libre de los artificios, falsedades y postureos propios del oficio, y libre de su miríada de efectos. Una escritura alejada de la mirada encapsulada, grupal, ajena al pensamiento compartimentado que separa a la mayoría de los escritores de la feroz intemperie y del campo abierto. Del campo abierto de la escritura real, de la escritura de los hechos, que para mí ha ido siendo, progresivamente, lo contrario de la literatura.

Tuvieron que transcurrir muchos años, décadas, más de la mitad de mi vida de escritor, y sobre todo de mi vida de lector, para encontrar lo que buscaba. Y entiéndase que cuando digo escribir sin literatura debe entenderse mayormente una escritura en la que lo cierto sea lo real. En suma, atreverse a escribir la realidad sin ficción. La realidad de lo que pasa por nuestro cerebro lo menos procesado posible, lo menos empercudido posible por las camisas de fuerza de la cultura, las convenciones, las normas morales y las hipocresías que conforman el ser social. Escribir en íntima intemperie.

Con mi amigo Arcadi Espada, al que también le interesa el tema de la escritura sin literatura, de la escritura de lo real, y en consecuencia de la escritura sin ficción o lo más expurgada posible de ficción, hablaba mucho de estos temas y fue Espada quien me recomendó leer a Léautaud, que pensaba que era el escritor que más se había acercado a esa literatura, a esa forma de escribir sin ficción que buscábamos. Y que yo, a decir verdad, desconfiaba que fuera posible.

Lo primero de Léautaud que pude conseguir en español fue Recuerdos ligeros (“Le Petit Ami”). Curiosamente, aunque suele pasar al descubrir algo en verdad nuevo, el comienzo del libro no me produjo una buena impresión, lo encontré artificioso. Un bibelot, un ejemplo de preciosismo típicamente francés, me dije. Siempre he pensado que los franceses inventaron el erotismo (alabado sea) para no tener que follar. Para evitar las babas de lo real. Pero. Al seguir adelante y llegar al pasaje correspondiente al entierro de La Cotorra quedé absolutamente conmocionado y no podía dejar de repetirme con el mayor énfasis, sosteniendo el libro con manos algo trémulas, qué bruto eres. Y a partir de ese momento, allí al pie de la tumba de La Cotorra, uno de los momentos más reales y desprovistos de ficción de la historia de la literatura, fue escalando Léautaud hasta la cumbre de mi particular olimpo literario, sólo allí acompañado ahora en lo más alto por la Historia de mi vida de Giacomo Casanova, que es el mejor libro que he leído nunca, y naturalmente por mi amado Thomas Bernhard.

Una de las grandes tragedias de mi vida de lector, y de mi vida, es que no exista una traducción completa del Diario literario de Léautaud. En español sólo existe, hasta donde sé, la edición de 2016, de la Editorial Fuentetaja, un hermoso volumen, cuidadosamente editado y traducido, que es en realidad una pequeña selección de 920 páginas de los diecinueve volúmenes y miles de páginas que abarca el Journal littéreire. Como no contemplo la posibilidad de aprender francés, soy muy torpe para el aprendizaje de idiomas, pienso que lo más probable es que muera, soy un hombre mayor, sin leer los diarios completos de Léautaud, lo que significa que moriré triste.

Sin embargo, ahora se me ofrece la alegría de presentar a los que leemos en español los Aforismos de Léautaud, en una edición completa y cuidada. Imaginarán ustedes que para mí no es sólo un honor es además la oportunidad de reencontrarme con uno de mis maestros. De disfrutar de su escritura ósea y lúcida. Llega esta publicación en un momento inmejorable porque la cultura occidental se ve amenazada por dos plagas, la de lo políticamente correcto, y la de las políticas de género, que cual bicéfala peste negra amenaza no sólo nuestra cultura también la posibilidad de escribir libremente, nuestra obligación diría yo, de escribir libremente, de ser no sólo escritores incómodos o polémicos o atrevidos como suele decirse de algunos escritores, sino también y sobre todo escritores insultantes y despiadados con todo y con todos. La mansedumbre, la contención y el deseo de agradar son lo contrario de la literatura. Y son por fortuna lo contrario de los aforismos que aquí presentamos.

Este es un libro, por otro lado, extraordinariamente valioso para los interesados en un tema tan fundamental como el amor y su adjunto ineludible la pasión carnal, las relaciones sexuales, que siempre son de mucho interés para el animalito humano. Es un libro que puede leerse, por qué no, como un manual de consejos para orientarnos en el minado campo del amor y de la sexualidad humana, y especialmente (estemos de acuerdo o no con la mirada con frecuencia misógina del escritor) para ayudarnos a comprender la naturaleza erótica de las mujeres, tan diferente de la nuestra, como queda ampliamente expuesto en estos aforismos.

Los aforismos son considerados por muchos como un género menor, una especie de divertimento. Pero. En manos de grandes escritores pueden convertirse en cápsulas de sabiduría, en vida destilada que llega a nosotros como un sorbo dulce o ácido y siempre, en el caso de Léautaud, real y honesto y desenmascarado. Siempre preocupado por entender y por saber, nunca por complacer. Y aún hay otro aspecto nada desdeñable en estos aforismos del realista francés, el humor. He de confesar que, en más de una ocasión, leyéndolos, me saltó una sonrisa al constatar la ineludible preferencia de Léautaud por la verdad sobre la retórica.

121- Las escenas de amor de las novelas son muy hermosas, cuando los dos amantes, tras sus promesas y deseos, se confunden el uno con el otro. Nada se nos dice nunca del pequeño desorden húmedo que sigue al abrazo, de la suciedad que se produce y del embarazo que de ello resulta. Siempre la retórica en vez de la verdad.

Ese apego a la verdad en nuestros tiempos tan literarios, tan novelescos, hace más necesaria que nunca, por una cuestión de salud social y cultural, amén de estética, la lectura de estos aforismos espléndidos, supremamente incorrectos, ofensivos, limpios de paja retórica y llenos de esa higiene moral y de esa sabiduría que sólo pueden alcanzar los talentos verdaderamente grandes y libres.

Como bien decía Thomas Bernhard: “Cuando hay cien que marchan en una dirección, el centésimo tiene que ir evidentemente en la dirección opuesta. Sin preguntarse por qué”. En ese ánimo y en ese espíritu de soledad luminosa, de sanidad y de exaltación del individuo en contraposición a la manada, es que deben leerse estos formidables aforismos. Tal vez, en no escasa medida, nos vaya en ello la libertad.


Prólogo a los aforismos de Léautaud, de reciente publicación.

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