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Jueves, 5 de mayo de 2022

Revisando, estoy en 2015, el último año del segundo volumen de mis emanaciones. Y se me ha ocurrido que, tal vez, sería interesante reunir todo lo emanado en los viajes, reescribiendo y podando y mejorando en general mi escritura de viaje. Sería divertido. Y ya que hablo de divertirse ¡cómo me divierto leyéndome!

Martes, 21 de abril − Londres. Ah, Londres, mi ciudad favorita. Desde la ventana del hotel, la habitación amplia y blanca, el Hyde Park a mis pies como se dice. Llegamos al anochecer y qué maravilla los taxis londinenses yo entro en ellos y ya me siento mejor, más civilizado. Y la jerigonza inglesa tan superior y armoniosa. Debería ser obligatoria la jerigonza inglesa y debería prohibirse el resto de las jerigonzas que se hablan en el mundo que son a fin de cuentas residuales y si se viene a ver innecesarias, y en algunos casos hasta dañinas (digamos el euskera) para el aparato auditivo. Muy cerca del hotel está el Buckingham Palace pasamos por allí y al pasar pienso que dentro estará la vieja bruja es decir su majestad la reina haciéndole la paja a algún caballerizo u ocupada en alguna otra de esas actividades típicas de la realeza. Hemos venido a Londres por venir a una gran ciudad, Barcelona no es más que una ciudad provinciana una ciudad sin grandes museos no es más que provincia y siempre será provincia y foco de infección tribal. Y hemos venido naturalmente a ver en la Tate la exhibición de Marlene Dumas.

Miércoles, 22 de abril − Londres (2). Yo a la chica que nos atiende aquí en el hotel en el desayuno me la llevaría a casa no se me ocurre nada superior a despertar y verla llegar energética y sonriente y llamarme ¡Sir! y cómo cada uno de sus movimientos destila educación y gentileza y amabilidad, y hasta un jugoso e ilustrado candor. Una camarera barcelonesa, en comparación, es como un chimpancé enfurecido para quien hacer su trabajo es una humillación inconcebible: el servicio en Barcelona es una extensión pestilente del progresismo cutre que define la ciudad. Cuando estás en ciudades civilizadas como Londres te das cuenta de que el servicio en hoteles y restaurantes en Barcelona es completamente tercermundista y grosero y grotesco y francamente provincial. Una gran ciudad es una ciudad higiénica, ante todo.Una ciudad donde los lavamanos están a la altura adecuada para que te puedas lavar la polla después de orinar. En España nadie se lava la polla después de orinar, como he podido comprobar viajando por toda España. No encuentras en toda España un lavamanos donde puedas meter la polla y lavártela como indica la más elemental higiene, después de orinar. Ah, pero en Londres. Los lavamanos a la altura perfecta como debe ser.

Jueves, 23 de abril − Londres (3). Cenamos en el Nobu, restaurante famoso y chic. Una fusión, dicen, de comida japonesa y peruana. Un primer plato decente y después ya todo va cuesta abajo hasta alcanzar en ocasiones cierta zafiedad. La lubina pasajera, un poco demasiado cocida pero comestible. La cazuela de verduras a la altura de una vaca. Los precios completamente estrambóticos, inflados hasta lo abominable. Como es un lugar de moda y chic está lleno eso sí de mujeres jóvenes y hermosas provocativamente disfrazadas para brillar en el mercado sexual. Aunque ninguna de ellas puede compararse con las dos mujeres sentadas a mi mesa, no hay placer mayor que ir por el mundo (en otro caso, mejor quedarse en casa) acompañado de mujeres bellísimas que, a pesar de que es imposible merecer tal cosa, te adoran.

Quedaría un librito entretenido, ¿no?

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© Juan Abreu, 2006-2019