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Sábado, 22 de enero de 2022

Cuando vivía mi gato amarillo no me gustaban las urracas, prefería los pajarillos más pequeños y hasta los opacos estorninos, verlos, cuando sacaba la vista de la pantalla, revolotear en el rosal, el olivo y la parra. Maniobras muy peligrosas porque se hacían en la certera acechanza de mi gato amarillo. Pero. Desde que no está mi gato amarillo, me encantan las urracas. Cada día son más atrevidas y se reúnen dos o tres en la terraza y se trepan a la mesa en busca de restos de comida. He descubierto en el descaro de las urracas una picaresca que antes no percibía. Una elegante arrogancia. Ayer les puse semillas de girasol sobre la mesa de la terraza y se dieron un festín. Estoy pensando en comprar un comedero y colgarlo del cerezo, del rosal, o del olivo.

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© Juan Abreu, 2006-2019