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Jueves, 6 de enero de 2022

Hoy un artículo (que no vale nada, simplón y golosinas traigo para la chusma) sobre una de mis heroínas, Margaret Whigham, la duquesa de vida libertina que, según la cuenta que llevaba con íntimo regocijo, acumuló 88 amantes y, qué maravilla, se retrataba (polaroids, qué es lo que había en su época) chupándosela a algún afortunado varón. A mi una mujer que me diga, quiero tener una foto chupándotela, en ese instante deja de ser una mujer y se convierte en una diosa. Mi muy admirada Margaret, de joven una belleza imponente, de rostro que clamaba a sonoros gemidos su hembracidad. En algún momento, el duque encontró las fotos y la lista (qué detalle delicioso y significativo la lista) de amantes de Margaret y pidió el divorcio y el divorció constituyó uno de los más notorios escándalos de la hipócrita sociedad que padeció mi adorada Margaret. El marido era un pobre tipo que no estaba a su altura ¡Tener una mujer con ese nivel de hembracidad y no postrarse ante su alegría (si el sexo no es alegría, qué es) y ante su alcurnia sexual!

“Guarra” e “inmoral” llamaron y continúan llamando a la duquesa. Pero. ¿Qué hay de guarro o de inmoral en una mujer chupándosela a un hombre, en la foto de una mujer chupándosela a un hombre? Nada. Pocos momentos más hermosos y nobles nos depara la vida fugaz.

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© Juan Abreu, 2006-2019