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Miércoles, 8 de diciembre de 2021

Hemos puesto el arbolito y ayer tarde cuando apagué las luces de la casa se quedó titilando en el salón y la luz de la farola en la estrella dorada. En la oscuridad, afuera, maullaba el viento y se me ocurrió que en estos días que tanto me entristecen debería hacer algo inusitado: por ejemplo, bautizar mis huevos. No sé de dónde me vino eso, pero fue en lo primero que pensé en bautizarme los huevos. Nunca me han gustado mucho mis huevos, demasiado largos, los huevos que me gustaría tener son los de mi amigo V., rotundos, recogidos, estéticamente irreprochables, pero mi padre era de huevos largos y la genética es el único dios. Bautizar mis huevos con los nombres de gente que provoque a un tiempo mi maledicencia y mi piedad, a uno le pondría Lucía Méndez y al otro Ada Colau; no sería algo permanente todos los meses cambiarían de nombre mis huevos en enero podrían llamarse Pedro Almodóvar y Meritxel Batet, y en febrero Antonio Lucas y Gabriel Rufián. Uno vive pensando en grandes cosas en perfecciones literarias pero lo que importa verdaderamente es tener unos huevos rotundos, recogidos, estéticamente irreprochables.

Y todo eso lo pensé de pie en la penumbra y al titilar del arbolito y frente la estrella dorada.

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© Juan Abreu, 2006-2019