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Viernes, 19 de noviembre de 2021

Amanezco baldado que decía mi madre. Estaba resistiendo lo de ir al médico, pero tendré que ceder. Apenas puedo caminar, consigo sentarme, con esfuerzo, lo que es muy importante, pero levantarme es bastante engorroso. Aún así, trabajaré, creo, aunque sea un poco. Comencé a leer Desde dentro, el libro autobiográfico de Martin Amis, y en la misma puerta encuentro esto tan interesante: El problema de la “escritura de la vida”, para un novelista, reside en que la vida posee una cualidad o característica antagónica a la ficción. Es informe, no apunta a nada ni se agrupa en torno a nada, y carece de coherencia. Artísticamente está muerta. La vida está muerta. Pero. Es otra cosa, muy diferente, mucho peor. La vida presenta “esa cualidad o característica antagónica” respecto a cualquier escritura. La vida no está muerta artísticamente, cosa obvia, el gran problema de la “escritura de la vida” es que la vida excluye la posibilidad de escribirla. Toda escritura de la vida o no, es ficción, por la sencilla razón de que el instrumento que usamos, la palabra, es un instrumento inseparable de la ficción, un instrumento que es ficción, que aplicamos sobre algo informe, que no apunta a nada ni se agrupa en torno a nada, y carece de coherencia, y de sentido, añadiría yo.

Y esto que llega a Amis desde Nabokov: La vida avanza hacia la muerte a cinco mil latidos por hora. Algo que siento especialmente hoy.

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© Juan Abreu, 2006-2019