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Jueves, 28 de octubre de 2021

Ayer recordé que volaba. Me produjo una sensación rarísima porque al despertar intenté recordar las circunstancias, los lugares, y hasta la etapa de mi vida en que me sucedió lo de volar. Era un recuerdo, no un sueño. Para mi cerebro era un recuerdo, ¿y hay algo más que nuestro cerebro? Me recordaba en un espacio abierto, un prado verde, y sólo queriéndolo poco a poco me elevaba, flotaba, y, tras unos instantes de indecisión, podía desplazarme unos veinte o treinta metros al principio, después mucho más, a medida que fui estabilizando mi vuelo. Siempre a baja altura. Digamos un límite de cincuenta metros o así. Recuerdo perfectamente la euforia que experimentaba cuando lo conseguía, porque en ocasiones no lo conseguía. Recuerdo con la mayor claridad el prado al que iba a volar, sus ondulaciones, sus flores. Recuerdo las tapias y los árboles de una urbanización cercana. Recuerdo mi cuerpo elevado, mis brazos ligeramente apartados del cuerpo (volaba de pie), recuerdo un sol como de mayo y una playa lejana.

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© Juan Abreu, 2006-2019