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Sábadlo, 9 de octubre de 2021

En el milenario imaginario de los árabes, el judío siempre vivió junto a ellos, pacíficamente, más no podía portar armas, tenía un estatus jurídico y fiscal inferior. Aceptaba de buen grado que los judíos más dotados, más inteligentes, más instruidos llegaran a ser consejeros del rey, financieros o escritores. Espíritus refinados y delicados como las mujeres, a las que se venera manteniéndolas en un estatus secundario, inferior, sometido. Pero “una mujer” que hace crecer naranjas en el desierto y gana todas las guerras contra los soldados árabes, verdaderos hombres. Nunca se repusieron de ello.

En estas condiciones, no es de extrañar que los árabes de los suburbios franceses quieran vengarse de los judíos que están a su alcance. No entienden nada de retos geopolíticos. Quieren simplemente vengar la virilidad perdida de sus hermanos. Lo hacen a la manera ancestral. Con los judíos como con las mujeres. O los “Blanquitos” asimilados a las chicas, como se vio el 8 de marzo de 2005 durante las manifestaciones estudiantiles contra la ley Fillon, La violencia y la ferocidad de aquellas cacerías contra los Blancos fueron incluso señaladas por el periódico Le Monde. La mayoría de los comentaristas de izquierda quisieron ver en ello un conflicto social. Algunos se atrevían a hacer una lectura étnica. Yo veo el odio visceral de “hombres de verdad” por los “mariquitas”, de los que saben pelear por aquellos que no saben defenderse.

Hay que leer a Zemmour.

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© Juan Abreu, 2006-2019