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Lunes, 27 de septiembre de 2021

“El vello no es perseguido porque sí. No se erradica del cuerpo de los hombres por meras razones mercantiles. El vello es un rastro, un marcador, un símbolo. De nuestro pasado de hombre de las cavernas, de nuestra bestialidad, de nuestra virilidad. De la diferencia entre los sexos. Nos recuerda que la virilidad va de la mano con la violencia, que el hombre es un depredador sexual, un conquistador. Es el signo en la adolescencia de que el hombre se aleja del niño que fue; y de la mujer que nunca fue. Durante siglos, naturaleza y cultura fueron a la par, las mujeres arrancándose el escaso vello que tenían y los hombres enarbolando orgullosamente, cual viril estandarte, su pilosidad. La depilación masculina marca la voluntad de acabar con nuestra virilidad ancestral; es signo de la búsqueda de la infancia perdida, de la pureza, de la inocencia, de la dulzura, de la debilidad. De la feminidad. De la confusión sexual. Es una auténtica ruptura histórica. (…) Tras ese cuerpo cuidadosamente rasurado se dibuja otro mundo. Nietzsche decía: La mujer no tendría el talento del adorno si no supiera instintivamente que su papel es secundario. El hombre aprende ahora a adornarse. Y aprende deprisa”.

“Creíamos justamente haber abandonado desde hace treinta años esta imagen tradicional de la mujer. Habíamos leído a Catherine Millet. Habíamos visto en televisión a todas esas mujeres jóvenes que publicaban novelas eróticas (ilegibles). El deseo de las mujeres se exhibía, se imponía, se vendía. Durante años, se había decretado que las mujeres podían, también ellas, como los hombres, separar el deseo del amor, tener uno, dos, diez amantes; las revistas femeninas alababan el adulterio; las mujeres ya no estarían esperando el príncipe azul. Serían hombres como los demás, gozando del placer allí donde lo encontraran. Recuerdo una película de los años 80 en la que Miou-Miuo tenía dos maridos. Roger Hanin y Eddy Mitchell, en dos ciudades distintas. Y todo iba estupendamente en el mejor de los mundos. Doble vida, triple vida, cuádruple vida, las mujeres hacían todo como los hombres. Incluso vi películas y leí libros en los que una mujer pagaba a un hombre para que se acostara con ella. Un auténtico prostituto. No sólo un gigoló hacia el cual, a pesar de todo, nacen forzosamente sentimientos de amistad, de cariño. (…) Hoy es como si aquella época hubiera terminado. (…) Las jóvenes generaciones son las más reaccionarias, las más rebeldes contra las lecciones libertarias de sus madres. La pareja es lo único verdadero. Aunque sea efímera. Tan efímera como sacralizada. (…) Si las mujeres, en su mayoría han renunciado a comportarse como hombres, se niegan a abandonar los sueños románticos que las guían desde el principio del mundo; han sacado de esta paradoja una conclusión radical y sin embargo lógica: puesto que no han logrado convertirse en hombres, tienen, pues, que convertir a los hombres en mujeres”.

Sigo con Zemmour. Que a medida que avanzo crece y crece.

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© Juan Abreu, 2006-2019