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Viernes, 10 de septiembre de 2021

He conocido masoquistas, gente estupenda. Mujeres y hombres masoquistas (lo he contado en mis libros ). En general resultaban más divertidos y vivos que el resignado animalito común folla cónyuges. Doy fe de casos extraordinarios, una mujer portentosa que se corría ¡y cómo se corría! cuando le pegaban con un látigo. Extraordinario. Pocos rostros he visto más bellos que el de esa mujer suspendida (humanizada, embellecida, crecida, mejorada) entre el placer, la humillación, y el dolor. Del placer el gran tema, es la necesidad de humillación. Digan lo que digan los líricos, los hipócritas y los cobardes (¿qué es la hipocresía sino cobardía moralizada e intelectualizada?), aquella mujer era una diosa, yo la vi.

Pensé en esto por lo del muchacho que se inventó una horda de odiadores de maricones para justificar una infidelidad. Hay que ser idiota para pensar que tu pareja no se va a enterar de que te han grabado el culo a navaja. Pero ese es otro asunto. Este caso podría haber servido para generar una saludable conversación a propósito de la relación entre humillación y placer, un tema extremadamente interesante. Pero. Vivimos tiempos de animalitos resignados.

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© Juan Abreu, 2006-2019