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Martes, 8 de junio de 2021

“Escuchen con atención el lenguaje amoroso de los franceses, el de la alcoba. ¿Los conmueve? ¿Los divierte? ¿Los enternece? ¿O más bien estarían dispuestos a vomitarlo como una de las monstruosidades de este mundo: ese amor en bata, esas tangas triunfantes, esos jugueteos burgueses en el éxtasis del celo? Escuchen ahora su lenguaje amoroso de categoría superior. ¿Cuál prefieren? ¿El intelectual y sensual, que es la voluptuosidad de un calvo sabihondo el cual examina analíticamente sus propios éxtasis, o el elegante, propio de los salones, que no es más que el bailoteo de los fracs, el baile de las pelucas, la confección masculina y femenina oportunamente condimentada? La fealdad del canto de amor de los franceses consiste en que constituye la aceptación de la fealdad. El francés ha aceptado la fealdad de la civilización, incluso le gusta. Por eso el francés no tiene relaciones con la mujer desnuda, sino con la mujer vestida y con la mujer desvestida. La venus francesa no es una joven desnuda sino una madame con un lunar y fort distinguée. Al francés no le excita el olor del cuerpo sino el perfume. Él adora todas las bellezas artificiales, tales como la charme, la elegancia, la distinción, el humor, la vestimenta, el maquillage, bellezas con las que se enmascaran la decadencia biológica y la edad avanzada; la belleza francesa es, pues, cuarentona. Y si esta belleza ha conquistado el mundo es porque representa la resignación”.

Sigo con el prodigioso Gombrowicz.

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© Juan Abreu, 2006-2019