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Lunes, 10 de agosto de 2020

Cuando visité por primera vez la Mezquita Catedral de Córdoba me produjo una sensación extraña y desagradable aquella mezcla arquitectónica pero el pensamiento grupal al que, como todo el mundo, estaba yo adscrito en aquellos tiempos, oscureció mi juicio y me hizo pensar y hasta escribir qué bonita qué maravilla y todo eso. Pero. En esta ocasión ya más liberado del pensamiento grupal lo he visto claro: es un lugar grotesco. No por las columnas romanas naturalmente que son muy bellas (deberían haberse quedado los romanos es lo que pienso siempre cuando tropiezo con remanentes del Imperio romano), sino por la entreverada mezcla de pensamiento mágico católico y musulmán que encarna la Mezquita. Se percibe, bueno yo percibo, un vaho sombrío en la atmósfera del lugar y un mar de humana sumisión no hay un ápice de libertad en la Mezquita. La Mezquita es el gran monumento católico-musulmán a la resignación humana.

Por otro lado, ya ustedes me conocen, me puse a pensar enseguida en la época de esplendor musulmán de la Mezquita cuando era un lugar de rezo público de puertas abiertas y capaz de reunir a miles de musulmanes tumbados en el suelo devotamente y buscando fresquito imagino, piensen en el calor que hay en Córdoba, el calor que había fuera de la Mezquita. Y al venir a mi cerebro (el segundo) esta imagen de la multitud de fieles postrada no pude dejar de pensar en la fetidez que debía colmar aquel lugar todos aquellos cuerpos sudados apelotonados allí y pensé también que tal vez el hedor del lugar era una especie de peaje para acceder a Alá y a su eterna bienaventuranza, uno nunca sabe con los dioses.

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© Juan Abreu, 2006-2019