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Viernes, 31 de julio de 2020

Voy llegando al final y vuelvo a recordar mi conversación con Isis Wirth en aquella terraza de Munich entre cervezas espesas y debo admitir que ella tenía razón en todo y yo me equivocaba en todo. Ya no nacen hombres como Napoleón ahora sólo nacen burócratas y culogordos contemporizadores.

Cuando Napoleón abdica y es desterrado a la isla de Elba el gran corso continúa siendo una formidable fuerza civilizadora. Durante los diez meses que pasa desterrado allí, edifica una fuente en la carretera que salía de Poggio – de la que aún hoy puede beberse agua potable fresca – lee vorazmente, dona 1.100 volúmenes a la biblioteca municipal, arbola las avenidas con moreras, reforma el sistema aduanero e impositivo, repara los cuarteles, construye un hospital, planta viñas, pavimenta por primera vez algunas zonas de Portoferrai, hace instalar sistemas de regadío, organiza un sistema de recogida de basura, aprueba una ley que prohibe que cinco niños duerman en la misma cama, y erige un tribunal de apelaciones y un cuerpo de inspectores para supervisar la ampliación de las carreteras y la construcción de puentes.

Al abandonar Elba para recuperar su libertad y su imperio, Napoleón no sólo se enfrenta a los bárbaros sino también a una legión de traidores franceses (ah, si hubiera fusilado a Talleyrand y a Fouché a tiempo) que se aliaron con el enemigo. Entre los traidores estaban su propia hermana y mariscales que le debían todo, éxito y riquezas. También, estaba cansado. Del deslumbrante jinete que volaba por los campos de batalla aplastando a sus enemigos queda su colosal carisma y poco más. A veces se queda dormido a caballo.

En Warterloo, Napoleón es derrotado por el azar la lluvia y por un Napoleón enfermo y agotado que cometía errores de principiante más que por sus oponentes. A pesar de esto, en los días anteriores y posteriores a la célebre batalla, mientras las fuerzas invasoras marchaban sobre Paris, su genio fulgurante volvió a dar muestras de vigor otra vez y si hubiera llegado a la capital antes que los ejércitos aliados en su contra, Paris no habría caído.

Y en cuanto al pueblo francés, enseguida se postró ante las fuerzas invasoras con ánimo festivo y chillando “Vive l´Empereur Alexander”. Qué chusma.

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