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Jueves, 23 de julio de 2020

Napoleón es ya Emperador y sigue civilizando Europa aunque eso deja naturalmente una cantidad considerable de muertos: la civilización es algo que se impone si no seríamos aún más chimpancés. También revoluciona Napoleón el arte de la guerra. Qué guerrero, qué estratega, qué estadista. Sexualmente es un hombre moderado, tolera a los amantes de Josefina y de vez en cuando tiene sus propias amantes sobre todo en campaña, pero se halla lejos, muy lejos, de ser un libertino. No era nada especial en la cama, más bien lo contrario, sospecho que el único lugar donde se sentía colmado, feliz, era el campo de batalla. A pesar de su genio, era un poco ingenuo o eso me parece su confianza suicida en el delincuente y traidor Talleyrand es algo insólito. Su debilidad mayor sin embargo era su familia (hermanos, hijos y parentela varia) una tropa de ineptos cobardes oportunistas y malagradecidos a los que, para su desgracia, amaba. Por poner un ejemplo destacado al imbécil de su hermano José lo nombra Rey de España. Si hubiera fusilado a la mitad al menos de sus familiares la historia hubiese sido diferente.

Me río mucho cuando Napoleón desmantela toda la herencia de la orgía asesina y totalitaria llamada Revolución Francesa, e instaura nuevamente la nobleza en Francia y se proclama Emperador ¡y los franceses lo aclaman! Tenía razón Casanova: “Ese pueblo está hecho para vivir en un estado de agitación continua; en ese pueblo no hay nada auténtico, todo es apariencia. Es como un barco que sólo quiere navegar, que quiere viento, y cualquier viento que sople siempre le vale”.

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© Juan Abreu, 2006-2019