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Viernes, 10 de julio de 2020

Comienzo a leer el Napoleón de Andrew Roberts. Siempre me ha gustado Napoleón, pero a medida que avanzo por su vida va creciendo mi admiración. Napoleón fue un civilizador y un gran guerrero coincidencia feliz porque la Civilización necesita ir bien armada, los salvajismos que va conquistando y civilizando suelen ser belicosos. También fue Napoleón un formidable lector y un entusiasta del gran arte. A él se debe que el Louvre exista. Parte de los reclamos que hacía a los derrotados consistía en obras arte. “Tras firmar un armisticio con el duque de Parma, cuyo territorio había invadido de modo tan informal, Napoleón envió veinte cuadros a París, incluyendo varios de Miguel Ángel y de Correggio, así como manuscritos de Petrarca con las obras del mayor poeta de Roma, Virgilio”.

“El 1 de mayo (1796) escribió al ciudadano Faipoult: Envíame un listado de cuadros, estatuas, mobiliario y curiosidades de Milán, Parma, Piacenza, Módena y Bolonia. Los gobernantes de dichos lugares tenían motivos para asustarse, porque muchos de sus tesoros más valiosos estaban destinados a acabar en la galería de arte de París conocida como Musée Central des Arts –desde su apertura en 1793 hasta 1803-, como Musée Napoleón hasta 1815, y desde entonces y hasta hoy como Museo del Louvre”.

Napoleón fue ese tipo de hombre históricamente decisivo que sabía ser cruel cuando era necesario. Es una lástima que fuese demasiado joven y no estuviera al frente de la defensa de las Tullerías cuando las turbas capturaron a Luis XVI y a María Antonieta. Desde una planicie a orillas del río, desde donde contempló la histórica escena, Napoleón exclamó: “¡Qué locura! ¿Cómo permitieron la entrada a esa gentuza? ¿Por qué no barrieron a cuatrocientos o quinientos a cañonazos? Así el resto se hubiera esfumado rápidamente”.

Exacto. Hasta la famosa Revolución Francesa se hubiera esfumado rápidamente. Faltó un hombre decisivo.

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