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Martes, 7 de julio de 2020

Compro a los perritos unos huesos cubiertos de carne de pollo y pato. Le gustan mucho y se pasan, sobre todo la perrita color café con leche con mucha leche, largo rato royendo y mascando. El perrito negro, lo he estado observando, nunca se come su hueso de inmediato como hace la perrita, no, lo lleva al jardín y lo entierra. Es lo que hacen los depredadores ocultar los restos de las presas para ponerlas fuera del alcance de los carroñeros. Desde el salón donde escribo, sigo al perrito con la mirada mientras vaga por el jardín buscando el lugar más adecuado para enterrar el hueso. Y me produce una extraña ternura que en mi dulce perrito negro perdure un depredador y, ya me conocen ustedes, a veces cierro los ojos mientras entierra su presa y lo veo correr fiero y veloz por una interminable pradera.

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© Juan Abreu, 2006-2019