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Viernes, 19 de junio de 2020

“Veo delante de mi, vaya donde vaya, un poco más cerca, un poco más lejos, la ermita de Sant Sebastià. La ermita es la esencia de nuestro espíritu, nuestro perenne baluarte comarcal. Estas cuatro paredes blancas me hacen sentir las raíces: esta es mi tierra, aquí nací; en los dos o tres minúsculos cementerios de los contornos reposan las generaciones familiares de las cuales no soy más que el sueño momentáneamente realizado. Aquí – si todo va bien – me enterrarán.

“La ermita es nuestra vida más alta: es nuestra primera mirada, el paisaje de nuestra juventud y de nuestros amores, la torre vigía desde la cual las estrellas nos parecen más próximas y podemos tener una idea del panorama dilatado del mundo (…) Las canciones, la serena claridad del país, la pequeña avenida de cipreses delante del mar, sobre el declive, el olor de tomillo y romero bajo el rumor de los pinos, las faenas de la tierra, el mar del azar y de la desazón… Colaborando con estas elementales necesidades, las imágenes, los placeres y los dolores de las generaciones pasadas han creado una tradición, una ley que ha gobernado inexorablemente a nuestros muertos, que nos guía a nosotros, que guiará el porvenir. Delante de esa terrible persistencia es una locura la evasión. La tradición nos ha dibujado el corazón, los goces pueriles de la ermita nos ha modelado la lengua, el pensamiento se moldea sobre la melodía del cielo, de la colina y de la rama caída sobre los acantilados de granito”.

Santocielo. Pla el indígena.

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