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Viernes, 22 de mayo de 2020

Estoy dentro de una pelota rota y atravesada por una de esas barras que había en las barberías de mi infancia y sobre una especie de tarima o mostrador y mi cara asoma por un agujero en una tabla o trozo de metal. La tabla o trozo de metal tiene dos arandelas atornilladas y por ellas pasa un cordón o soga que atraviesa el cuadro. Mis piernas salen por el extremo inferior de la pelota una flexionada y otra que pende en la oscuridad debajo de la tarima o mostrador. Son unas piernas desconsoladas. La luz viene de arriba como de una claraboya y amarillea la oscuridad en la parte superior izquierda de la tela. La mitad de mi rostro está en la penumbra, y la otra mitad iluminada enseña un ojo verde. Es una obra llena de torpezas técnicas pero de alguna manera funciona. Quiero decir que alcanza su presencia al margen de la técnica.

El cuadro pertenece a un pequeño grupo de obras oscuras que pinté al óleo después de varios meses haciendo acuarelas llenas de personajes coloridos entre grotescos e infantiles, seres atrapados en un mundo de una cierta siniestra ensoñación.

Había olvidado el cuadro. Ahora su dueño me hace llegar esta foto. El cuadro está en Miami como casi todas mis acuarelas de esa época y estos cuadros tenebrosos que, si mal no recuerdo, incluían siempre un autorretrato. Me alegró verlo otra vez y me gustó encontrarme dentro de esa pelota atrapado en un mundo desconocido e incierto, pero a pesar de eso mucho más a salvo que yo que escribo en la mañana soleada mientras el tiempo pasa y me lleva.

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© Juan Abreu, 2006-2019