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Domingo, 5 de abril de 2020

Reescribo por cuarta vez Mo y yo. Ya ha perdido cerca de veinte páginas. En el comienzo, esto me parece importante, había un bosquecillo de pinos y en su lugar he plantado unos cipreses. El bosquecillo de pinos era una verruga literaria un adorno y en este momento lo que importa es desadornar. El hueso lúcido. Los cipreses, al contrario de los pinos, insuflan en la historia que es la historia de la gloria y el triunfo de dos amantes, una llamada funeral. Este eco de muerte, de acabamiento, que no corresponde a nada que acontezca en la novela salvo por la funeral presencia de los árboles, pertenece al futuro de los personajes, un futuro del que no se ocupa la novela, un futuro que se niega al lector. Los cipreses regresarán en las últimas líneas para poner la gota de muerte y hasta de fracaso en el esplendor del arrogante final.

Tal y como es cierto que la vida no conoce libertad alguna tampoco conoce triunfo alguno el amor porque ese triunfo sea cual sea su magnitud y su esplendor ya contiene desde su nacer mismo la gota de muerte que lo destruirá.

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© Juan Abreu, 2006-2019