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Lunes, 27 de enero de 2020

En épocas amables como sabemos la tarea del arte es atenuar la brutez general. Cosa muy loable. Pero. Es en tiempos groseros como los que vivimos donde el arte alcanza su gran propósito moral: resistir al supremacismo. Sea este ideológico, religioso o tribal. Los artistas (los escritores sobre todo) suelen ser cobardes y oportunistas y con frecuencia ponen su talento al servicio de la infamia y el mal, como demuestra la Historia. Ya sé que la leyenda cultural dice lo contrario, pero no es verdad. Hay un cantor para el ascenso y mil para el descenso, el poeta Hinostroza tenía razón.

No soy un hombre optimista así que en lo de Cataluña espero lo peor y esperanzas, pocas. Pero. El sábado fuimos un grupo de amigos a Hospitalet, uno de los lugares más feos del mundo, y vimos Señor Ruiseñor y tengo para ustedes excelentes noticias: el arte aún vive y resiste en Cataluña. Y de qué manera. Belleza, libertad, inteligencia, imaginación, elegancia y dulce compás y sano desparpajo y hasta el tremor poético cuya presencia todo lo humano abrillanta y ennoblece, reinaban en el pequeño escenario.

Y a la salida, caminando bajo la fría noche cavernaria, iba pensando en que, cuando sea vencida la grosería catalana que hoy todo lo cubre de un hediondo chapapote tribal, si alguna vez llega a crecer en estas arrasadas tierras uno de esos árboles de decencia bajo el que suelen cobijarse los ciudadanos libres e iguales, deberíamos nombrar ese árbol Señor Ruiseñor. Y en las tardes luminosas al salir de paseo deberíamos además ir a sentarnos bajo sus ramas inmensas y dar las gracias a Ramón Fontserè y a sus juglares por resistir, tan bellamente, en estos groseros tiempos en que nos ha tocado vivir.

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© Juan Abreu, 2006-2019