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Sábado, 14 de diciembre de 2019

Las últimas películas de Almodovar ya no las veía porque se había convertido Almodovar en ingenio y decoración de interiores y el ingenio contra lo que se cree no es nada bueno significa que el artista no tiene ya nada que decir. Pero. Ayer. Solito en el sofá. Esperaba lo peor la verdad y me sorprendió. Dolor y gloria es de lo mejor posiblemente la mejor película de Almodovar. Antonio Banderas en su palacio en la cumbre y los demás estupendos siendo su corte y haciéndole la corte. Todo está en su sitio, no saliéndote al paso (que es el gran error de los intelectuales y los creadores) sino cimbreando sin hacerse notar ora en el agua que corre o se derrama ora en un rincón de la casa que siempre es la casa de la infancia, todo está en su sitio sin hacerse notar, lo que es no lo necesita, poderoso y cargado de significado en un exacto y armonioso estar. Ora en el tiempo que se acaba ora en el poder de un joven cuerpo desnudo ora en un amor ajado pero aún trémulo. El texto del monólogo o cuento o lo que sea que lee el antiguo amante en la película adolece de ciertos desafortunados lirismos y le falta hueso lúcido. Pero. Apenas se nota. Detesto (es un decir) a Almodovar por sus poses hipócritas de progre rico pero proletario y sobre todo por su cómplice actitud boquita callada ante el horror que padecen los cubanos: sus viriles motivos tendrá. Pero. El arte es lo que es y las cosas lo que son. Gran película.

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© Juan Abreu, 2006-2019