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Viernes, 13 de diciembre de 2019

Hace algunos años ayudé a mi hermano el menor de los varones a enterrar a su perro. Yo estaba de visita en Miami y abrimos un agujero en el patio de la casa y allí, envuelto en unos gruesos plásticos, lo enterramos mi hermano sin éxito trataba de disimular las lágrimas y despotricaba con la mayor razón contra la vida y su trampa. Me recordó esto mi hermano cuando lo llamé ayer porque el perrito que adoptó después de la muerte de aquel que enterramos en el patio de la casa tiene cáncer de vejiga ha dicho el veterinario y está muy mal lo vomita todo y mea sangre y hay que matarlo. Ya sé que se dice ponerlo a dormir pero a la mierda nuestra cobarde autocompasión, hay que matarlo. Cuando un perro se nos muere es como si se muriera una persona, pero peor. El perro nunca nos ha hecho nada malo no nos ha traicionado ni ofendido ni defraudado ni dañado como hacen las personas. El perro es mejor persona, creo que sobre eso no habrá discusión. De ahí que su muerte resulte más dolorosa. Ayer llorábamos mi hermano el menor de los varones y yo al teléfono él por su perro que se muere y yo de oírlo llorar.

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© Juan Abreu, 2006-2019