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Lunes, 9 de diciembre de 2019

Leyendo lo de nuestro primer espada sobre las aguas negras pensé en el odio. El llamado odio no es lo que parece mírenme a mí que me paso la vida odiando al castrismo y procurándole el mayor daño posible en mi ínfima medida, sin odiarlo. La palabra odio es como la palabra amor, o eternidad, o amistad, una palabra pequeña dentro de una caparazón inmensa y hueca. Los seres humanos se matan o son abyectos por miles de motivos, sobre todo en una guerra, pero el llamado odio (creo) representa una pequeña parte de esos motivos para morir o matar. Los nacionalistas terroristas vascos no mataban por odio, mataban por sentimentalismo tribal que es una mezcla de racismo y religión.

La izquierda española decente, que aún queda, necesita el fantasma del odio español para justificar su ingenuidad suicida durante la Transición. Durante cuarenta años de rendición a lo tribal y de complicidad con la construcción del consenso antiespañol. La Transición no fue “el mejor experimento español contra el odio”. La Transición fue una ingenua y (desde el primer día) fracasada conseción a lo tribal.

Dice nuestro Espada: “En Occidente las únicas flechas disponibles son las del terrorismo. Pero ha dado muestras demasiado recientes de su inutilidad absoluta, ni siquiera para satisfacer el odio”. Pero. No. Las flechas del terrorismo vasco por poner un ejemplo han dado magníficos frutos, frutos que permiten despreciar a la víctimas de los asesinos y dar una pátina moral al único y verdadero hecho diferencial vasco: el tiro en la nuca. Qué mayor éxito. También permiten esas flechas a una minoría de racistas vascos gobernar el País Vasco y les permitirá dentro de poco gobernar España en normalizada coyunda con la izquierda española el chavismo-populismo y el racismo catalán. Exitazo.

VOX no es el enemigo, VOX es lo único que se interpone entre lo que queda de los una y otra vez traicionados españoles libres e iguales y sus enemigos.

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© Juan Abreu, 2006-2019