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Martes, 8 de octubre de 2019

Leyendo el último libro de Fernando Vallejo encuentro verdaderas delicias. Esta, sobre el Nobel García Márquez, Gabo: “Ese miserable se le arrodilló al tirano Castro. A punta de saliva y lengua se le convirtió en el palaciego mayor. Y el carcelero de Cuba, el barbudo vociferante y de barba piojosa y cejas llenas de ácaros, le daba en el cuenco de la mano sorbitos de ron: Tome pues, mi perrito, mi amorcito”.

Y esta maravilla aún, sobre las ONGs: “Encontré a Colombia vuelta un hormiguero de sociedades altruistas también llamadas sociedades sin ánimo de lucro, que funcionaban así: un pedigüeño civil (no un cura ni un pastor protestante, que estafaban por su lado), y por lo general mujer, se dedicaba por bondad (por bondad con sus cuentas bancarias) a los ancianitos pobres, a los niños abandonados, a las especies en vías de extinción, a los ciegos, a los tuertos, a los mongólicos, a los autistas, a los cancerosos, a los microcefálicos, a los macrofálicos, y extendía sus avorazadas extremidades hasta Noruega y Suecia y países con plata y caritativos, o sea ricos pero pendejos, para que les dieran. Y con las jugosas donaciones montaban una sociedad sin ánimo de lucro. Nada de caridad con los pobres porque se lo roban los vivos que viven del cuento, tales como los pastores protestantes y los curas de la secta más estafadora de la humanidad, la católica, que piden para ellos y para el travesti de Roma.”

Vallejo es casi nuestro Thomas Bernhard. Y bien saben ustedes que para mí ser casi Thomas Bernhard es lo mejor que puede ser un escritor.

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