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Viernes, 4 de octubre de 2019

No quiero que sigan pasando los días sin decir (me pasa con frecuencia de un tiempo acá que quiero escribir algo es decir mi cerebro escribe algo pero yo no lo escribo al momento por un motivo u otro y poco a poco lo escrito es sepultado por otras cosas que mi cerebro escribe y al final no escribo lo que quise escribir y lo olvido) que el domingo pasado fue un día perfecto lubricado de la mejor manera desde el amanecer y a partir de ahí todo fue existiendo en una nota jubilosa y la textura del día era esponjosa y grata (lo esponjoso no siempre es grato) lo sé porque metí los dedos varias veces en esa textura del día y lo sentí: grato. Lo esponjoso remite a nuestra mortalidad y a la podredumbre pero no en este caso en este caso me llevaba a una esponjosidad regocijante y prístina y hasta acaracolada. Un día es siempre de alguna manera una ocasión perdida pero el domingo pasado no: nada que alcanzar nada que desear nada que mejorar nada que lamentar nada que llorar ni añorar el domingo pasado y duró hasta que ya tarde me acosté y acomodé la cabeza un par de veces en la almohada como acostumbro y cerré los ojos y sonreí antes de entrar en la oscuridad y mi cerebro me dijo: eres feliz. Y esto es lo que no quería que se perdiera que se quedara sin decir.

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© Juan Abreu, 2006-2019