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Domingo, 23 de diciembre de 2018

Hace un año murió nuestro amigo de infancia, Gabriel, El Zorro. Ahora me dicen desde Miami que también en la isla pavorosa murió Felipe, su hermano, un muchacho dulce. Era el mayor, tenía sesenta y siete años. Claro que sesenta y siete años pavorosos. Ya no queda en la isla donde nací (qué mala suerte tan grande que es el mundo e ir a nacer allí en aquel albañal) ninguno de mis amigos de infancia. Ya nunca el amor sólo la furia me acerca a la isla donde nací. Metafóricamente hablando claro está nunca regresaré porque al llegar y pisar otra vez el suelo de la isla me sentiría tan sucio tan abyecto tan traidor y tan vil que me convertiría en un montón de mierda al instante. Ya la isla es sólo una finca llena de esclavos y de miserables y de esbirros y de cobardes y sobre todo para mí es ya exclusivamente un enorme cementerio.

Cuando me enteré de la muerte de Felipe le dije a Marta: amor mío pase lo que pase y sean cuales sean las circunstancias futuras nunca permitas que mis cenizas sean llevadas a esa isla, jamás te lo perdonaría. Y ella dijo no lo permitiré y me aseguraré de que después que yo muera no sea posible hacerlo. Son ustedes testigos.

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© Juan Abreu, 2006-2019