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Viernes, 28 de septiembre de 2018
Solito. Termino de revisar el libro muy tarde y como siempre me pasa siento cierto alivio. No un gran alivio. Un gran alivio sólo lo siento cuando me llega el libro publicado. Para mí lo mejor de escribir es eso, que cuando terminas un libro y lo tienes en la mano es como si hubieras llegado a un lugar donde pudieras, de alguna manera, sentirte seguro. Es una ilusión (muy pasajera además) pero qué bonita. Y después me acuesto y sueño que estoy en una ciudad helada con Marta y se trata de una ciudad muy peligrosa e inhóspita pero yo voy armado. Llevo bajo la chaqueta una pistola grande, impresionante, y la llevo con gran confianza y seguridad. Y en cierto momento Marta va a comprar algo cruza la calle y entra en una tienda desvencijada y salgo del coche y comienzo a quitar las placas de hielo del techo y de pronto llega un tipo grande asqueroso sucio y drogado y se mete en el asiento del pasajero y lleva una pistola se la veo en la cintura y me inclino hacia él y le digo lárgate y le pongo mi pistolón en la barriga al atorrante. Y cuando regresa Marta ve al tipejo alejarse y me pregunta qué pasó y le contesto nada un imbécil y en ese momento se encienden las luces del alumbrado público y son muy amarillas y cae la fría noche y me digo hay que ir siempre armado.
