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Domingo, 2 de septiembre de 2018
Llego a la verdulería y tres de mis verduleras conversan y ríen y me saludan con cierta algarabía como acostumbran. Son ecuatorianas, peruanas, colombianas cosas así. Voy echando mano a los melocotones a las berenjenas a los plátanos a las zanahorias y de vez en cuando intervengo en la conversación. Una de ellas tiene una cita esta noche y dice que se va a poner un mono lleno de hebillas y amarres imposible de quitar por si acaso y yo enseguida ¡pero niña qué dices un vestidito muy suelto sueltecito y escotado es lo que debes ponerte para que puedan meterte mano por abajo y por arriba! Y estallan en carcajadas las tres y las caras iluminadas y una que tiene una bocaza sensual está de acuerdo conmigo y dice que vida sólo hay una ¡hay que aprovechar! Y yo sí sí sí. Y ella (la de la bocaza sensual) que ayer salió y la paró la policía en un control de alcoholemia y se había tomado tres botellas y el aparatico daba cero, cuatro veces sopló y cero ¿pero cómo cero? decía ella riendo con su bocaza sensual a los policías y al final la dejaron ir. ¡Pero si hacía tres horas que habías bebido! dice la que tiene hoy la cita y su mono blindado listo ¡ya debías haber meado todo lo que bebiste! ¡Meado! Y lo dice de una forma que hace que se me empiece a poner morcillona. Es que me encantan las mujeres sucias (de vocabulario), sobre todo en la cama. Y cómo ríen. Ah, adoro a mis verduleras qué alegría de vivir.
