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MIércoles, 28 de febrero de 2018
Comenzó al fin de la tarde una llovizna gorda a eso no se le podía llamar nevar. Pero fue arreciando. Y de madrugada caía como buches de leche cuajada o como semen pero más brillante y tersa y sin la tristeza del semen. En la piscina del vecino el lomo de la ballena era blanco y permanecía inmóvil como si no fuese un cetáceo sino una colina de nieve, salvo que despedía a intervalos un vapor oceánico que no es propio de la nieve. Miré hacia arriba y el cielo temblaba. Después volví a la cama pero ya no estaba en casa la nieve siempre me lleva a un sitio que no conozco en el que nunca he estado y que parece tranquilo y mejor.
