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Domingo, 31 de diciembre de 2017
Ya sé que es fin de año y se suele hablar de cositas reconfortantes, estadísticas, sentimentalidades, y cosas así. Y eso pensaba hacer. Pero. Paseo por Barcelona y en cierto momento llegamos a La Rambla y le digo a los otros abreus: aquí tuvo lugar el crimen religioso. La furgoneta recorrió seiscientos metros ¡seiscientos metros! y a su paso el asesino religioso musulmán mató a dieciséis personas, entre ellas un niño de diez años. Aquí, les digo, y señalo, dios, los cuerpos reventados, la sangre, etcétera. Procuren que no los maten así añado porque vean que nadie se acuerda de esos pobres muertos excepto la familia naturalmente. Es como si nada hubiera pasado y en Barcelona eso se siente de forma más abyecta porque uno se da cuenta de que las autoridades, especialmente, ignoran a los asesinados y es como si les molestaran pero qué incordio esos asesinados qué mal gusto cómo se les ocurre ser asesinados aquí en nuestra sacra republiqueta de nuestro amable pueblo, casi si uno afina el oído lo acierta a escuchar. Si hay algo que me asombra (e indigna) de este año que se va es que pasados cuatro meses desde el crimen religioso en La Rambla ningún familiar de un asesinado haya demandado por negligencia criminal (que encuentro obvia) al Ayuntamiento de Barcelona a la alcaldesa Colau y a cualquier otro responsable de negarse a colocar los bolardos que hubieran impedido el crimen. Para no hablar de la ausencia de policía en el lugar, a pesar de las advertencias de la policía nacional a la policía regional: ausencia estúpida y criminal. Los muertos muertos los familiares desolados y la alcaldesa Colau haciendo y diciendo las imbecilidades que la caracterizan como si tal cosa y que nadie la haya demandado para aclarar en qué medida su estupidez populista y analfabeta fue responsable o facilitó el crimen.
Esto es lo más relevante asombroso y siniestro que encuentro en esta ciudad llena de acontecimientos siniestros este año que está a punto de acabar.
