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Lunes, 25 de diciembre de 2017
En la cocina mientras preparo el té me pongo a hablar con un abreu enorme del desagradecimiento general. Es una epidemia, digo. Y estamos de acuerdo en que lo primero que hay que hacer al despertar cada mañana es agradecer. No las supuestas grandes cosas sino las grandes cosas verdaderas: que abras el grifo ¡y salga agua!, que acciones el interruptor y ¡se haga la luz! Generaciones enteras de malagradecidos, apunto, se toman estas cosas como naturales pero son antinaturales en todos los sentidos. Vivimos, insisto, entre legiones de malagradecidos que creen que se lo merecen todo y que tienen agua y luz eléctrica porque la vida es así. Pero no lo es. El agua y la luz son hechos prodigiosos, si lo sabré yo. De esto y asuntos semejantes converso con el abreu enorme antes de que despierten los pequeños abreus que siempre en sus vidas han tenido grifos de los que sale agua e interruptores donde se hace indefectiblemente la luz. Que agradezcan, digo. Que sepan agradecer.
Y mientras añado miel al té y miro el jardín y el olivo donde se aposenta el metal del cielo pienso en que si algo echo yo de menos es este encontrarme en la cocina cualquier mañana con mi hijo y conversar.
