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1 de noviembre de 2017

Por fin. Consigo el libro de Leys sobre el asesino Mao. Una edición nueva y buena letra y muy agradable de ver y leer. Y ya desde el principio cómo Leys, (un faro de decencia en la abyecta Francia intelectual de su época), pone la ferocidad del fascismo y el comunismo en el lugar que esas ferocidades merecen:

William Hinton, célebre autor de diversos libros sobre la China contemporánea, se encontraba en Pekín en el momento de las matanzas. Leo en los periódicos que denunció enérgicamente estas atrocidades. Naturalmente, uno no puede por menos que compartir su indignación, pero el lenguaje en que se expresa parece delatar una sorprendente confusión de ideas, ay, muy difundidas. En efecto, según él los dirigentes que han ordenado las matanzas “no son comunistas, son fascistas”.

Pueden formularse muchas acusaciones respecto a los dirigentes chinos, pero lo único que no podría reprochárseles es no haberse comportado como comunistas. El fondo del problema, precisamente, es que han actuado única y exclusivamente como comunistas. Compararlos con “fascistas” es recurrir a un candil muy débil para iluminar el cuadro. Es como comparar la ferocidad de un tigre de bengala con la de un gato callejero.

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