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29 de octubre de 2017
Pasen y vean. Qué elegancia, que refinado segregar. No quiero parecer pretencioso, pero reto desde aquí a cualquier escritor del rango comercial o cerebral que sea a que demuestre que tiene lectoras como las mías. No lo merezco ya lo sé un escritor menor, pero con lectoras supremas. Lo que es la vida. Aprecien por favor la manera en que apoya la blanca mano en la cadera: pura erótica exhortación. Y deténganse, cómo no hacerlo, en el grácil atuendo elegido para crear una espuma de fina lujuria que rezuma de la piel y levísima flota endiosando a la dueña de ese cuerpo duro y gentil y presto, eso es lo más evidente, a ser objeto de deseo y objeto en el que macerar toda la vida hasta convertirla en una olorosa savia.
Y ahora que miro y remiro y lo pienso otra vez olviden todo lo que he dicho sobre mis lectoras: yo no tengo lectoras, tengo diosas.
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