3334
25 de agosto de 2017
En Andenes en un acogedor hotelito como se dice acabo de leer de madrugada El Maestro y Margarita. He leído como diez veces El Maestro y Margarita. De madrugada pero ambarino afuera aquí casi no hay noche a las doce no ha anochecido y a las tres o las cuatro cuando me levanto a orinar ya es de día otra vez. Esa luz de la madrugada tiene el mismo cariz que el craneo de cachalote que exhiben en el puerto. Todos los días damos un largo paseo hasta el faro y bien abrigados en pleno agosto que aquí no sólo no hay noche tampoco hay verano. Y todo está lleno de unas gaviotas enormes y un tanto amenazantes. Solemos comer en un restaurante cerca del hotel y allí un bacalao ensopado que parece que lo hizo mi madre y gambas pequeñas a cientos muy jugosas y unas cervezas relucientes. En el restaurante, a la entrada, hay fotos de cachalotes varados en la playa cachalotes que perdieron el rumbo y terminaron en la arena rocosa y en las graníticas rocas. Y en una de las fotos se ve a una mujer junto a la polla desplegada de un cachalote una polla negra y gruesa una polla más grande que la mujer que posa junto a ella y que extiende reverente la mano y la toca.
