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Despierto y es de noche y llueve y tengo el pito muy tieso. Me quedo así un poco oyendo la lluvia como cae como caía en mi infancia sobre los techos de zinc y de alguna manera es la misma me digo aunque sé que no lo es yo uno esas lluvias en mi cerebro y las hago una, confluyen en mí soy la (siempre lezamiana) confluencia. Aparto la manta y a la luz de la lluvia me miro el pito tan bello no debe haber muchos pitos tan maravillosos como el mío en el mundo. Y sigue funcionando la mar de bien como se dice qué amigo fiel el más fiel ahora que lo pienso. Cómo puedo tener un pito tan armoniosamente conformado y con tanto carácter un pito que no es un pito sino un primer cerebro siempre lo digo. Cómo puedes tener un pito tan lindo tan para comérselo me han dicho muchas mujeres y yo no he podido menos que estar de acuerdo con ellas. Esas mujeres me daban acceso a sus cuerpos (nunca lo agradeceré bastante) y entonces a su vez tenían ellas acceso a mi pito formidable y yo como siempre me esforzaba (y me esfuerzo) para que tuvieran (y tengan) el mayor placer posible y en ser lo más cariñoso posible porque sin mujeres qué sería la vida ¡el horror! y si queda algo de mí cuando esté muerto no será qué va a ser por lo que escribo o pinto sino por merecer el amor y el deseo de algunas mujeres todas las que pude pero siempre pocas, ay. Y todo eso lo pienso aquí tumbado tocándome el pito qué delicia al tacto mientras en la madrugada llueve y el sonido de la lluvia al final me va durmiendo no diré que en sus brazos pero parece que en sus brazos lo que me hace sonreír.

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© Juan Abreu, 2006-2019