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Conocí a García Vega en Miami. Recuerdo que fuimos una noche a su casa Reinaldo, Carlos Victoria y yo, para ofrecerle que fuera asesor de la revista Mariel, cuyo primer número preparábamos en ese momento. Eran los años ochenta. García Vega declinó nuestro ofrecimiento. La primera impresión que tuve de Lorenzo, fue la de un señor amargado. Había leído algo de su poesía y pensaba que García Vega no había conseguido escapar de la órbita de Lezama Lima, su mentor de juventud. Es difícil escapar a eso, claro. García Vega es un escritor con el que nunca he conectado, porque concibo la literatura como lo opuesto a la retórica orfebrística de los lezamianos. Amaba (y amo) la obra de Lezama, pero sé que la obra de Lezama es un universo cerrado, una trampa mortal para cualquier escritor. Sólo hay una voz lezamiana, la de Lezama, lo demás es coro menor.

Leí por aquellos tiempos Los años de Orígenes, el libro más famoso de García Vega, y lo encontré valiente, aunque un poco ilegible. Ya viviendo en España, le pedí a García Vega una colaboración para la antología (Cuentos desde Miami) que preparé para la editorial Poliedro. García Vega accedió muy amablemente a enviarnos un cuento y cuando lo hizo resultó ser un cuento formidable.

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