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Celebramos el cumpleaños de mi rubia preferida. Mi rubia preferida cada vez más radiante y más esbelta. Y esa carita de yo no fui pero sabemos que fue ella de eso no cabe duda. Varios invitados y uno de ellos (los dioses son bondadosos) adorador de Ford y Kurozawa y de Homero. Ethan que recorre las praderas y las nieves buscando su venganza y todo más homérico no puede ser: y ese es el misterio del arte en nuestra mesa festiva tres mil años después el círculo de belleza se cierra. También entre los invitados una mujer que, pienso mirándola, hubiera sido una estupenda Niña del Jardín (en los buenos tiempos) y una más de la pandilla de los libres y hambrientos y con qué hambre me la comería yo, naturalmente. Bebemos un vino blanco francés alto y melódico y luego un vino rojo que recuerda la sangre que ofrece Ulises al espectro de su madre. Después comemos variados manjares y una carnita de muy buen ver aunque nunca tan de buen ver como las carnitas de nuestra cumpleañera: con compota de manzana.

Le he traído a Léautaud de regalo a mi rubia preferida porque su formidable cerebro también necesita, como es lógico, alimentación. Muchos felices más, cariño.

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