3192

Hay una complicidad orgánica entre vivos (en este caso asesinos etarras y el resto de nosotros) que diluye al muerto al asesinado, es inevitable. No el agua y la lejía (que también) sino esa complicidad. Volví a pensar en el asunto leyendo a Espada, y volví a pensar que la única solución que tiende a establecer un equilibrio orgánico y moral (habría que ver si hay moral fuera del equilibrio orgánico, o si fuera del equilibrio orgánico la moral no es más que un placebo) es el ajusticiamiento del asesino etarra. Hay que matarlo.

“La vida moral no tiene premio”. Es cierto. Por eso hay que matarlos. Para imposibilitar nuestra obscena complicidad con el asesino vivo. Para arrebatar al asesino lo que el asesino arrebató al muerto: su fundamental y siempre orgánico principio del placer individual. Porque de los placeres individuales el primero es respirar, naturalmente.

Comentarios

© Juan Abreu, 2006-2019